[Entrada original publicada el 25 de Julio de 2016 en elyogurlado.es]
Siguiendo el recorrido por los manazas es turno de recordar al siguiente elemento.
Por todo técnico o usuario avanzado son recordados los calentones excesivos que se pillaban los Pentium IV. Temperaturas que achicharraban procesadores como palomitas de maíz y como de todo tiene que haber en la viña del señor, ensambladores que les plantaban una pegatina encima para identificarlos acortando su vida útil muchísimo.
En estos casos el mantener la pasta térmica en perfecto estado era vital para estirar la vida de estos modelos. La pasta térmica, para los no iniciados, es una pasta que se pone entre el procesador y el disipador que facilita la transferencia térmica y por tanto ayuda a la evacuación del calor. Suelen ser de dos tipos: cerámicas (de color blanco) o metálicas (de color gris o dorado).
Entró nuestro protagonista por la puerta del servicio técnico, torre bajo el brazo, y contándome que ya no encendía. Me explicaba que hacía unas semanas que empezó a ir muy lenta, salía mucho calor por los ventiladores y frecuentemente se apagaba el equipo. Le había instalado el Everest (el nombre que por entonces tenía el AIDA) y que le salían temperaturas de casi 80º.
Entonces, seguía la historia, entra en escena el cuñado. Decide limpiar el equipo por dentro con el aspirador y desarmar ventiladores, y disipadores. Tras esto habría funcionado dos o tres días aunque se seguía calentando muchísimo «casi más incluso» y tras un apagado ya no había encendido.
Comprobé efectivamente que la torre ni respiraba, le tomé nota y lo metí al SAT.
De primeras aislo la avería y la ubico, evidentemente, en la placa o procesador. Intento sacar el procesador para comprobar cuál de los dos elementos está estropeado y, oh campos de soledad y mustios collados, tras desatornillar el disipador no había hijo de madre que lo despegase de la CPU.
Debo decir que esto de por sí no era algo excepcional. Muchos procesadores cuando pasaba el tiempo y se secaba la pasta térmica, se quedaban pegados como lapas y era un suplicio sacarlos. En estas situaciones solíamos calentar con el soldador de aire el disipador hasta que el calor lo soltaba del procesador pero en este caso y tras mucho rato intentándolo paré pues temía cargarme -si no lo había hecho ya el cliente – algún componente.
Recurriendo ya al «por mis cojones» acabé despegando ambos componentes y observé que la pasta térmica estaba seca, sequísima, mucho más seca que ninguna de las pastas cerámicas que había visto en mi vida. Probé otro procesador en la placa y consigo que funcione todo con sus componentes. El fallo estaba en el procesador y así se lo hago saber al cliente.
Cuando baja a presupuestar las opciones disponibles le acompaña su cuñado. Les explico que el PC había muerto por calor y les explico que sólo con limpiar los ventiladores no es suficiente, que había que renovar la pasta térmica con cierta frecuencia. Les cuento qué es la pasta térmica y la cara del cuñado cambia de color.
Resulta que sí que había desmontado el disipador del procesador. Resulta que sí que había cambiado la «pasta térmica». Sólo que lo que él creía que era la pasta térmica, era masilla de contacto, algo tipo «no más clavos» porque el animal de él había pensado que esa «pasta» seca que unía el procesador y el disipador era pegamento para que se mantuviesen unidos.
No sabía si reír, si llorar o si pegarle con la caja registradora al cuñado. Aunque me quedó claro que el dueño del ordenador hubiera optado de buen gusto por la tercera opción.
Quizá si en lugar de meter mano el cuñado hubiese bajado el ordenador, el tema del sobrecalentamiento se hubiese solventado con un cambio de pasta y una limpieza…pero algo es seguro: no me habría reído tanto después.
Intentad no romper muchas cosas.